
Gurumata, H.D.G. Avadhutika Bhaktivedanta Yogacharya Srimati Premananda Mataji Maharani
Gurumata nació el 5 de noviembre de 1974 en Haifa, Israel. Creció con una inclinación natural a observar con atención y a ordenar su vida con sencillez. Durante la adolescencia se interesó por la pintura y la fotografía; esas aficiones, que luego dejó atrás, le enseñaron paciencia, precisión y cuidado del detalle, habilidades que más tarde trasladó a su búsqueda espiritual.
En mayo de 1995 conoció a Prabhuji, solicitó ser su discípula y después de unos meses fue iniciada formalmente. Desde ese momento, su formación se volvió integral. Bajo la guía directa de su Maestro, estudió y practicó de manera sistemática las distintas ramas del yoga: la disciplina del Hatha para estabilizar el cuerpo y la respiración; la contemplación del Rāja para educar la mente; el discernimiento del Jñāna para investigar la naturaleza del yo; la devoción del Bhakti para abrir el corazón; el Karma Yoga como servicio desinteresado; los métodos de Kriyā y el enfoque energético de Kuṇḍalinī, siempre en el marco del linaje y con una actitud de responsabilidad y sobriedad. Las prácticas no se trataron como compartimentos estancos, sino como piezas de un mismo proceso de maduración. En el año de 1997, comenzó el despertar de la Kuṇḍalinī lo cual se expresó como perdidas del conocimiento y experiencias místicas.
En paralelo, y siempre dentro del estudio guiado por Prabhuji, Gurumata se adentró en una amplia gama de religiones y filosofías. Exploró las fuentes del Vedānta y del Sāṅkhya, el espíritu del Tantra no dual, el legado del budismo en sus distintas escuelas, la tradición del misticismo cristiano, la vía sufí, el budismo, filosofía occidental y otras corrientes de pensamiento comparado. No acumuló etiquetas: contrastó ideas con la práctica cotidiana, verificando qué conduce a mayor lucidez, responsabilidad y compasión. Su erudición se formó a partir de escuchar, preguntar con honestidad, estudiar los textos originales cuando correspondía y, sobre todo, verificar en la experiencia lo aprendido.
Han pasado más de treinta años de vida y estudio en presencia de su Maestro. Ese tiempo forjó un carácter sobrio: menos necesidad de hablar, más disposición a servir; menos interés por la apariencia, más foco en lo esencial. La continuidad de la práctica le enseñó a distinguir entre lo importante y lo accesorio, y a mantener hábitos simples que sostienen la claridad: orden del día, silencio regular, atención a la respiración, palabra precisa y acto oportuno.
En 2022 decidió adoptar la vida eremítica siguiendo el ejemplo de su gurú. Le dio prioridad al silencio, a una agenda clara y a relaciones bien cuidadas. Su jornada se ordenó alrededor de pocas tareas: práctica, estudio, trabajo sobrio y servicio. La soledad no implicó alejamiento afectivo; le permitió estar más disponible y con mejor calidad de presencia cuando se le requiere.
En 2024 recibió la gracia de la plenitud del despertar. No lo vivió como un suceso espectacular, sino como el final de una confusión persistente. Comprendió que no había nada que añadir y sí mucho que soltar. Desde entonces, su modo de acompañar es directo y concreto. Si alguien busca certezas, ofrece método; si busca consuelo, ofrece presencia; si busca comprensión, propone trabajo sobre sí. Prefiere una indicación clara a un discurso brillante, y una práctica sostenible a una promesa extraordinaria.
Hoy, como uno de los discípulos completamente iluminados de Prabhuji ha aceptado la posición de Maestra, sirviendo tanto a su maestro como a la Misión Prabhuji desde su elevada posición.
Su autoridad proviene de la coherencia entre lo que estudia, practica y vive. Remite siempre a la fuente, al linaje y a la disciplina cotidiana. Suele insistir en tres herramientas básicas: disciplina para volver cada día, discernimiento para separar lo esencial de lo accesorio, y gratitud para reconocer que todo avance genuino es gracia compartida.
Sus recomendaciones son simples y concretas: observar todo lo que sea posible observar y reservar tiempo diario para el silencio y el estudio. Con el paso del tiempo, estos hábitos consolidan una mente más clara, un corazón más blando y una vida más disponible para servir. Aquellas aficiones juveniles por la pintura y la fotografía cumplieron su papel formativo y quedaron atrás; lo que quedó vivo fue la meditación, su atención orientada por completo a la vida interior, al aprendizaje continuo y al servicio.