Sadhana

Seva

Seva es ‘servicio desinteresado al Señor’. El término proviene de la raíz sanscrita sev que significa ‘servir’. Se trata de un principio fundamental del hinduismo porque el auténtico amor se manifiesta en acciones. El servicio desinteresado forma parte tanto del...

El Hatha Yoga Retroprogresivo

El Hatha Yoga Retroprogresivo es el fruto de los esfuerzos de Prabhuji por perfeccionar su propia práctica y sus métodos de enseñanza; se trata de un sistema basado estrictamente en las enseñanzas de sus gurús y en las escrituras sagradas. Prabhuji sistematizó...

Dhyana – Meditación

«Meditar es sabernos como vacío. Experimentar la nadeidad nos despierta a la realidad de nuestra inmortalidad. Cuando la mente se evapora, lo único que se disipa es el condicionamiento legado por innumerables generaciones. Es nuestro condicionamiento mental el que se resiste a la meditación; nuestra falsa identificación se rehúsa a morir. Ahora bien, cuando trascendemos la mente, nos espera un reencuentro con la vida y con nosotros mismos. Entonces, nos volvemos plenamente conscientes y absolutamente dichosos.»

(Extracto de Experimentando con la Verdad por Prabhuji)

 

Generalmente se dice que el rāja-yoga es el yoga de la meditación. Sin embargo, dhyāna no es propiedad exclusiva de una de las muchas ramas del sanātana-dharma, sino que es la esencia de todos los tipos de yoga así como de la religión. Sin meditación, no puede existir verdadera y auténtica espiritualidad.

tatra pratyayaikatānatā dhyānam

«La meditación es un fluir ininterrumpido de atención hacia un objeto». (Yoga-sūtras, 3.2).

Podemos observar una flor, un atardecer, la respiración, los movimientos de nuestro cuerpo, los pensamientos o los sentimientos, Patañjali no pone énfasis en el objeto en particular sino en la calidad de la atención, porque en la meditación, lo esencial es la vigilancia atenta y continua de todo lo que pueda ser observado o todo lo que pueda ser objetivado.

La meditación no puede ser enseñada porque no es un método ni una técnica. No consiste en hacer algo, no es una práctica física, mental o emocional. Dhyāna no puede ser aprendida sino descubierta en uno mismo y sólo por uno mismo, a través de la atenta vigilancia. No surge como resultado del estudio o el aprendizaje, sino que florece desde la conciencia misma. Meditar es  depositarnos en las manos de Dios… es relajarnos en la esencia de lo que somos… ya que no podemos hacer nada para ser lo que ya somos, lo que siempre hemos sido y seremos, lo único que realmente podemos ser…

La meditación no puede ser comprada ni adquirida. Si un método fuera capaz de garantizar ese resultado sería más importante que la meditación, que la iluminación o que Dios Mismo. Dhyāna simplemente ocurre, sucede, se produce. Toda sādhanā, práctica o técnica reviste su correspondiente importancia, pero tan sólo como un preparativo o esfuerzo previo, con el objeto de crear la situación apropiada para que la meditación descienda sobre nosotros, pero nunca como un medio para obtenerla. Al igual que el sueño, no es algo que podamos hacer, ni tampoco un resultado directo de todo lo que hemos hecho. Podemos comprar una cama cómoda, desconectar la radio, bajar las persianas, apagar la luz, acostarnos y cerrar los ojos, pero no podemos quedarnos dormidos. El simple hecho de preparar el ambiente adecuado no supone ninguna seguridad de que, finalmente, dormiremos. De igual manera, la sādhanā consiste en extender nuestros límites al máximo, en llevar su punto. Sólo cuando hayamos hecho todo lo posible, la meditación podrá descender sobre nosotros.

No es tarea fácil para nosotros, seres educados e intelectuales, aceptar que nuestro estado actual de conciencia es un tipo de sonambulismo y que no vemos la vida y el mundo tal y como son, sino como nos parece a nosotros en nuestro sueño…Y así como la aceptación de nuestra ignorancia es el principio de la sabiduría, la primera manifestación de la meditación es el hecho de aceptarnos como criaturas semidormidas. Meditar no es abrir los ojos sino despertar; no es mirar sino ver…

Tratar de describir en qué consiste la meditación a quien no haya meditado se parece a intentar explicarle a un sordo qué son las notas musicales o a un ciego qué son los colores. Meditar no es complicado, no requiere esfuerzo, es mucho más sencillo de lo que generalmente se piensa. Sin embargo, el problema reside en que lo simple puede ser sumamente complicado al intentar verbalizarlo. Para la mente humana la meditación es indescriptible, porque es una experiencia que trasciende los límites de tiempo, espacio y causalidad. En nuestro estado cognitivo normal, finito y limitado, no podemos captar nada que se encuentre más allá de esas fronteras.

Porque si en la concentración la mente era enfocada sobre un objeto, en la meditación la mente es lo observado, es decir el observador se convierte en lo observado.

La atención es la luz del alma que nos torna conscientes de las acciones, los pensamientos y las emociones. Al meditar, el meditador ocupa el lugar de lo observado. De ese modo, ampliamos nuestra conciencia dirigiendo la atención hacia el perceptor y cobrando conciencia de nosotros mismos.

Meditar es abrir los ojos de nuestra alma y atrevernos a ver atenta e ininterrumpidamente.

Meditar es apartarse del contenido mental y del desorden sin luchar contra la mente, sin entrar en conflicto con esta. Se trata de observar lo que es, tal cual es, sin esforzarse, sin juzgar, sin condenar, sin siquiera reaccionar. Es permanecer atento y en completa quietud ante los conflictos y las contradicciones. Uno de los pasos más complicados en el sendero espiritual es el desarrollo de la observación interna, la atenta vigilancia de la mente sin criticar, ni juzgar, y la razón de la dificultad reside en su sencillez, el motivo de la complejidad yace en su simpleza, en el hecho de que no se requiere esfuerzo.

Meditación es observación sin intervención alguna de la mente; es atención y vigilancia sin que el ego se inmiscuya.

A medida que la observación se fortalece nos desidentificamos de la actividad mental, la cual se debilita gradualmente hasta detenerse por completo ya que los pensamientos se alimentan de nuestra identificación con ellos. La meditación comienza con la observación y culmina en una ausencia total de pensamientos.

Meditar es observar el movimiento de las olas en la superficie desde la quietud de las profundidades del océano interior. En este estado de vigilia y claridad, lo escondido y oculto que hay en nosotros queda al desnudo y se ve expuesto inocentemente.

Meditación es establecerse y relajarse conscientemente en el silencio. Meditar es observar los pensamientos sin pensar acerca de ellos. Es descubrir el misterio que se esconde detrás de las palabras, en las ocultas regiones, en la fuente y el origen del pensamiento, en aquella área pre-mental, virgen y deshabitada.

Es imprescindible hacer uso adecuado de lo objetivo en nuestra búsqueda de lo subjetivo, ya que lo primero es la puerta que conduce a lo segundo. Al permitir que la atención fluya ininterrumpidamente hacia un solo objeto, como un río fluye hacia el océano fundiéndose en él, queda expuesta nuestra subjetividad.

Todo lo que vemos en esta realidad relativa de nombres y formas no es sino una diversidad de olas, gotas y espuma… Para comprender en qué consiste el océano, no necesitamos introducir todo el mar dentro de un laboratorio, ni es preciso que analicemos cada una de sus olas. Si somos capaces de observar atentamente una sola gota, conoceremos el vasto océano… Al analizarnos nosotros mismos —la esencia de lo que somos—, nos será revelado el océano infinito de dicha eterna… la totalidad en la parte, el sistema solar en un átomo, el universo en una hoja, la vida en una brizna de hierba, la existencia en un grano de arena, a Dios en nosotros yaciendo como lo que somos. Meditación es autodescubrimiento, revelación de nuestra auténtica naturaleza, de lo real de nosotros.

Escuchamos, vemos, oímos, tocamos… pero tras cada una de esas actividades se encuentra el sentido del “hacer”… Ser consciente no es algo que hacemos, tal y como la palabra lo dice… Ser consciente sólo podemos… serlo…

Si queremos dar una oportunidad para que la meditación ocurra, será necesario que renunciemos al rol que estamos acostumbrados de ser actores y hacedores para adoptar la actitud del testigo o el observador. Porque meditar es el arte de vigilar, el arte de la atención, de la observación…

Y, cuando hablamos de conciencia en este expandido estado de percepción, siempre nos referimos a la conciencia de uno mismo, a la conciencia del Ser, a la conciencia de la Realidad. Mientras somos conscientes de algo —sin importar de qué o de quién estamos siendo conscientes—, siempre es, en esencia, del Ser infinito y omnipresente, de lo que realmente somos.

No medites para alcanzar tranquilidad o paz, ni para adquirir creatividad. No medites para desarrollar tu inteligencia o para alcanzar a Dios o la iluminación, porque éstos no son productos o resultados, sino la consecuencia natural de una vida meditativa. No medites “para” o con la intención de recibir algo o de alcanzar alguna meta o ideal, por muy elevado y puro que sea o parezca ser. Todo anhelo causa tensión y se transforma en un serio obstáculo para la meditación.

Cualquier expectativa de obtener algo como resultado o producto de la meditación nos orienta hacia el mañana, nos arrastra desde el momento presente hacia el mundo ilusorio.

La meditación no es un medio a través del cual obtendremos un fin, no es un movimiento desde aquí para alcanzar un allá, no es un caminar desde el ayer hacia el mañana, sino que se trata más bien de trascender tanto el ayer y el mañana, como el aquí y el allá. Meditar es saltar fuera de los conceptos de espacio y tiempo, descubrir aquí el infinito y ahora la eternidad…

Una vida meditativa es una vida que está de acuerdo con la condición natural de la conciencia, la cual es meditación, nuestro auténtico estado y nuestra situación original, tal como expresa el Chāndogyopaniṣad (7.6.1):

dhyānaṁ vāva cittād bhūyo
dhyāyatīva pṛthivī dhyāyatīvāntarikṣaṁ
dhyāyatīva dyaur
dhyāyantīvāpo dhyāyantīva parvatā
dhyāyantīva deva-manuṣyās
tasmād ya iha manuṣyāṇām
mahattām prāpnuvanti dhyānāpādāⓜśā
ivaiva te bhavantyatha
ye ‘lpāḥ kalahinaḥ piśunā
upavādinas te ‘tha ye prabhavo
dhyānāpādāⓜśā ivaiva te bhavanti
dhyānam upāssveti

«La meditación es más que pensamientos. La Tierra parece meditar. El Plano Medio parece meditar. El Plano Divino parece meditar. Las aguas parecen meditar. Las montañas parecen meditar. Los devas y los seres humanos parecen meditar. Por lo tanto, aquel que, entre los seres humanos, tiene grandeza, parece haber alcanzado los beneficios de la meditación. Mientras que la gente pequeña es peleadora, difamadora y ofensiva, los seres humanos que son grandes parecen haber alcanzado una parte de los beneficios de la meditación. Por lo tanto, medita».

Meditación es descubrirse a uno mismo, y hasta ahora todo lo que sabemos acerca de nosotros es lo que nos han enseñado otros. Sin embargo, para saber acerca de nosotros, no precisamos descripciones de extranjeros, sino mirar directamente nosotros mismos en nosotros mismos. Meditando nos damos cuenta de que, para elevarnos y alcanzar el paraíso, es imprescindible bajar a nuestras profundidades, porque descender a nuestro interior es excavar en el cielo… profundizar hacia lo alto… La meditación es el sagrado arte de sumergirnos en las profundidades de nuestro interior para emerger en Dios.

Por simples u ordinarias que nos parezcan, en realidad podemos transformar todas nuestras actividades cotidianas en meditación, cuando las realizamos con atenta observación, ya que la meditación consiste en desautomatizarnos, en dejar de actuar de manera mecánica. Meditar no es hacer algo, sino permanecer alertas y vigilantes ante cada acción y así convertirla en meditación.