Jñāna-yoga

Jñāna-yoga

Jñāna significa literalmente ‘conocimiento’, ‘sabiduría’, ‘comprensión’ o ‘cognición’, que se refiere a un conocimiento existencial. Los griegos denominaban epiginosko (ἐπιγινώσκω) a este poder revelador.  La palabra yoga significa ‘unión’.  Así, jñāna-yoga es en sendero que apunta a realizar la unión esencial entre la parte y el Todo mediante el conocimiento. Es una de las cuatro vías yóguicas clásicas de desarrollo, la cual desemboca en la disolución de la ignorancia y la revelación no solo de que el mundo es una proyección ilusoria sino de que nuestra auténtica naturaleza es Brahman.

El jñāna-yoga está estrechamente asociado con el advaita, o la línea del vedānta que reconoce una única realidad tras este universo de nombres y formas. Este sistema yóguico constituye el aspecto práctico de la escuela del vedānta. Según la visión del jñāna, el Ātman reside en todo lugar y en toda criatura.

Esta vía de sabiduría te lleva a descubrir que el centro de tu existencia no es solo tuyo, sino que es el centro de todo lo que existe: el Ser o la consciencia. Propone restructurar la concepción occidental de la consciencia. Desde nuestra perspectiva dual y relativa, consideramos que la consciencia es una facultad o capacidad que poseemos. Pero desde la perspectiva absoluta, es la consciencia la que nos posee a nosotros; la consciencia no nos pertenece, sino que somos nosotros quienes le pertenecemos a ella. Ella nos precede, ya que, como mentes, ocupamos un lugar subsecuente en el proceso de la manifestación cósmica.

El jñāna-yoga es considerada una senda destructiva, dado que contribuye a la evaporación de nuestro habitual estado cognitivo de sujeto-objeto. Nos anima a cuestionar la fuente de nuestra existencia porque su enseñanza básica es que nuestra verdadera naturaleza es divina, la realidad última que yace en lo profundo de cada criatura viviente.

Aunque el jñāna-yoga es el sendero de la sabiduría por excelencia, cabe aclarar que no se trata del conocimiento que es conocido por un conocedor; sino que es la sabiduría que elimina toda diferencia entre el conocimiento, el conocedor y lo conocido. Jñāna no es el resultado del pensamiento sino de la toma de consciencia de la realidad.

Muchos consideran que embarcarse en una búsqueda interna es un acto egoísta. Sin embargo, examinar nuestra propia consciencia es una indagación universal y no personal. Al observar, caen los muros que demarcan nuestra supuesta individualidad y se evaporan las diferencias. Obviamente, lo que intuimos está más allá del dominio mental y no acepta definición alguna. Sin embargo, no debemos frustrarnos por esta incapacidad de verbalizarlo, ya que estamos buscando precisamente lo inefable.

El jñāna-yoga apunta hacia aparokṣa anubhava, o ‘la experiencia directa de nuestra propia autenticidad’: a realizar a ātman, como la realidad absoluta, o Brahman.

En el Kaṭha Upaniṣad leemos:

nāyam ātmā pravacanena labhyo
na medhayā na bahunā śrutena
yam evaiṣa vṛṇute tena labhyaḥ
tasyaiṣa ātmā vivṛṇute tanūm svām

«Este Ser no puede ser alcanzado mediante el estudio de las escrituras, mediante la percepción intelectual o escuchando (sobre este) de manera frecuente; solo puede alcanzarlo aquel a quien el Ser elige. A él, el Ser le revela su verdadera naturaleza». (Kaṭha Upaniṣad, 1.2.23).

El jñāna-yoga no aspira al conocimiento intelectual, pero en lugar de rechazar la mente, la utiliza para alcanzar un proceso evolutivo más amplio. El intelecto explora y examina su propio funcionamiento. Más que una investigación filosófica, el vedānta promueve una autoindagación: un estudio del acto cognitivo mismo.

El estudio de los upaniṣads es un aspecto importante de este sendero, pero es un error creer que la erudición será suficiente para conducirnos a la autorealización. Las escrituras, las enseñanzas del maestro y la sādhana están destinadas a despertar la memoria del discípulo. El ego es solo olvido o amnesia. Esta sabiduría no puede ser inculcada como en la escuela, porque el jñāna-yoga no es un proceso de estudio sino más bien de recuerdo de lo que realmente somos, de nuestra auténtica naturaleza.

En la actualidad, adquirimos conocimiento mucho más rápido que sabiduría. Nuestra habilidad nos permite fabricar teléfonos celulares, pero nuestras conversaciones carecen de profundidad. Armamos computadoras avanzadas, pero terminamos perdiendo el tiempo en juegos. Hemos hecho grandes progresos en la superficie, pero estamos estancados internamente. Aunque hemos madurado superficialmente, estamos estancados en la niñez en el ámbito psicológico y espiritual.

Cuando nos aburríamos de niños, buscábamos de manera obsesiva formas de matar el tiempo. Ya en la edad adulta, algunos acuden a periódicos, radio, televisión, computadoras, y otros a la espiritualidad. Muchos han convertido la búsqueda de la Verdad en una diversión que consiste en ‘vitrinear’ en diferentes retiros, cursos, maestros, libros y demás. Si nuestra vida espiritual es solo otra recreación, la búsqueda se limitará a la palabrería y, con toda seguridad, nos mantendrá en la superficie. Al usar la vida espiritual como un entretenimiento, convertimos a Dios en otra diversión y la iluminación en una simple fuente de placer.

El misterio de lo desconocido no se rastrea de la misma manera que el dinero, la fama o el sexo. La mente no puede buscar lo que desconoce; solo desea aquello que logra proyectar desde su propio contenido. Si intentamos pensar en Dios, terminamos con una proyección mental de nuestro pasado. Pensar acerca de la Verdad se convierte en un trabajo relacionado con una herencia cultural de nuestra sociedad. La Verdad no acepta objetivación y, por ende, no puede ser buscada. Una vez encontrada, pierde su vitalidad. En esta vida, la consciencia es lo único que, a pesar de ser indefinible, es imposible de ignorar.

La Verdad se revela por sí misma cuando cesa toda búsqueda. Al dejar de perseguir nuestras proyecciones mentales de la Verdad, nos damos cuenta de que estamos iluminados. Tal como lo expresa el Maestro Kokuan en Los diez cuadros del pastoreo del buey de la tradición Zen:

«La mediocridad ha desaparecido. La mente está limpia de limitación. No busco ningún estado de iluminación; tampoco permanezco donde no existe la iluminación. Como no persisto en ninguna condición, los ojos no pueden verme. Si cientos de pájaros cubriesen mi camino de flores, semejante alabanza carecería de sentido».

Como una entidad egoica, eres una ilusión; un ser irreal no puede pretender ser auténtico. La Verdad solo puede revelarse en un momento libre de lo conocido, de la memoria, del pasado. No podemos buscar, alcanzar, lograr ni saber la Verdad: solo podemos serla. De pronto, notamos que somos aquello que ambicionamos. Obviamente, no podemos encontrar la Verdad buscándola, pero sin la búsqueda jamás la encontraríamos.

(Un extracto de los escritos de Prabhuji)

Karma Yoga

Karma Yoga

El karma-yoga -o el arte de la acción desinteresada- nos enseña a actuar en consonancia con el dharma, es decir, con el papel que se nos ha asignado en la vida, sin expectativas por los resultados. Debido a que todo ser humano, sin diferencia de edad, sexo, raza o nación, está abocado a la acción, este sendero en una de las vías más esenciales dentro del yoga.

La palabra karma se deriva de la raíz sánscrita kri, cuyo significado es ‘hacer’ o ‘actuar’. Karma se refiere tanto a la ‘acción’ o ‘actividad’ como a su resultado o efecto. Karma-yoga es ‘unión a través de la acción’. Consiste en la completa dedicación de las obras a la voluntad suprema, renunciando a todo interés por la ganancia egoísta y a cualquier deseo por los frutos de nuestros esfuerzos, los cuales se consagran a la humanidad, que es la manifestación de Dios.

El karma-yoga sugiere poner nuestra atención, interés y amor en la obra en sí y no en sus frutos. De esta manera, aprenderemos a apreciar el proceso de la obra y a situarnos en el presente, renunciando a los resultados que vendrán en un futuro por añadidura.

Esta vía de liberación va mucho más allá de actuar con buenas intenciones. Las buenas acciones no conducen a la liberación sino que a continuar reencarnándonos, aunque en condiciones más favorables. La filantropía puede otorgarnos una celda más placentera pero no la liberación de la cárcel. La intención del karma-yoga es detener el proceso acumulativo de reacciones tanto positivas como negativas, y así liberarnos de los repetidos nacimientos y retornar a nuestro origen divino.

El karma-yoga es esa sabiduría que nos permite actuar sin que la acción nos ate o encadene. Nos enseña el delicado arte de convertir la acción en una herramienta de liberación y no de esclavitud.

El karma-yoga es el arte de transformar nuestras reacciones automáticas en acciones conscientes y, por tanto, nuestro karma en yoga.

La vía de la acción no ve en la actividad y el trabajo un obstáculo para la vida meditativa. Lejos de aconsejarnos que dejemos nuestros trabajos y dediquemos nuestra vida únicamente a la oración y a la meditación, esta vía sugiere que transformemos nuestro trabajo en adoración y meditación. Nos propone adoptar una nueva perspectiva que transforme nuestras tareas y nuestro trabajo, por muy aburridos, difíciles o exigentes que sean, en instrumentos para crecer y evolucionar, en herramientas para alcanzar niveles superiores de consciencia.

El hinduismo no es una justificación para los escapistas. La religión sanātana-dharma no permite ser utilizada como pretexto para eludir las responsabilidades hacia la familia, la sociedad y el país. Por el contrario, el hinduismo aconseja que nos comprometamos conscientemente con el mundo para conocerlo, confrontarlo y comprenderlo, con el fin de trascender en última instancia sus limitaciones, las cuales no pueden ser superadas sin ser primero comprendidas.

Por lo tanto, todo aspirante espiritual debe adentrarse profundamente en el arte de la acción y hacerla parte de su sādhanā. El karma-yoga nos ofrece una vida espiritual sin la necesidad de aislarnos en una cueva en el Himalaya. Nos permite desarrollarnos en medio de la actividad que exige la vida en nuestra sociedad moderna.

(extracto de los libros de Prabhuji)

Generalmente, nos referimos al karma-yoga como el ‘yoga de la acción’ o el ‘yoga de la actividad’. Sin embargo, el karma-yoga clásico, más que enseñar solamente qué es la acción y cómo actuar, es una sabiduría que nos guía a la trascendencia de la reacción –o de la obra en su nivel instintivo, mecánico, autómata– para despertar al mundo de la acción. Para tal efecto, es muy importante que comprendamos la diferencia entre la reacción y la acción.

La reacción proviene de la mente; su origen es nuestro mundo interno subjetivo de sueños, pesadillas, caos y desorden. Por lo tanto, la reacción se origina siempre en el pasado, porque la mente es pasado, es ayer. La reacción proviene del mundo del pensamiento, que es pasado. Al ser pasado –al provenir de la memoria–, la reacción no tiene relación alguna con el instante, con el prójimo, con la situación. Está totalmente desconectada del ahora, porque la reacción no consiste más que en una activación de determinados patrones de conducta que han sido adquiridos en un pasado.

La acción procede del instante, del presente. Sus raíces están en lo profundo de la existencia, porque es una expresión o una manifestación de esta. La acción posee la vitalidad de lo que es real; no se origina en un pasado. Es como bailar con el presente; es estar en armonía con este instante, como estar en tono con el otro; es un tipo de conversación con el momento. La acción ocurre en el presente, y entonces lo que hagas, lo que toques, tendrá un profundo significado, porque está vivo. La diferencia entre la acción y la reacción es como la que existe entre una flor verdadera, natural, y una flor de plástico. La reacción puede ser bella, pero es siempre trillada.

(Extracto del libro de Prabhuji «Lo que es, tal como es«)

Dhyana – Meditación

Dhyana – Meditación

«Meditar es sabernos como vacío. Experimentar la nadeidad nos despierta a la realidad de nuestra inmortalidad. Cuando la mente se evapora, lo único que se disipa es el condicionamiento legado por innumerables generaciones. Es nuestro condicionamiento mental el que se resiste a la meditación; nuestra falsa identificación se rehúsa a morir. Ahora bien, cuando trascendemos la mente, nos espera un reencuentro con la vida y con nosotros mismos. Entonces, nos volvemos plenamente conscientes y absolutamente dichosos.»

(Extracto de Experimentando con la Verdad por Prabhuji)

 

Generalmente se dice que el rāja-yoga es el yoga de la meditación. Sin embargo, dhyāna no es propiedad exclusiva de una de las muchas ramas del sanātana-dharma, sino que es la esencia de todos los tipos de yoga así como de la religión. Sin meditación, no puede existir verdadera y auténtica espiritualidad.

tatra pratyayaikatānatā dhyānam

«La meditación es un fluir ininterrumpido de atención hacia un objeto». (Yoga-sūtras, 3.2).

Podemos observar una flor, un atardecer, la respiración, los movimientos de nuestro cuerpo, los pensamientos o los sentimientos, Patañjali no pone énfasis en el objeto en particular sino en la calidad de la atención, porque en la meditación, lo esencial es la vigilancia atenta y continua de todo lo que pueda ser observado o todo lo que pueda ser objetivado.

La meditación no puede ser enseñada porque no es un método ni una técnica. No consiste en hacer algo, no es una práctica física, mental o emocional. Dhyāna no puede ser aprendida sino descubierta en uno mismo y sólo por uno mismo, a través de la atenta vigilancia. No surge como resultado del estudio o el aprendizaje, sino que florece desde la conciencia misma. Meditar es  depositarnos en las manos de Dios… es relajarnos en la esencia de lo que somos… ya que no podemos hacer nada para ser lo que ya somos, lo que siempre hemos sido y seremos, lo único que realmente podemos ser…

La meditación no puede ser comprada ni adquirida. Si un método fuera capaz de garantizar ese resultado sería más importante que la meditación, que la iluminación o que Dios Mismo. Dhyāna simplemente ocurre, sucede, se produce. Toda sādhanā, práctica o técnica reviste su correspondiente importancia, pero tan sólo como un preparativo o esfuerzo previo, con el objeto de crear la situación apropiada para que la meditación descienda sobre nosotros, pero nunca como un medio para obtenerla. Al igual que el sueño, no es algo que podamos hacer, ni tampoco un resultado directo de todo lo que hemos hecho. Podemos comprar una cama cómoda, desconectar la radio, bajar las persianas, apagar la luz, acostarnos y cerrar los ojos, pero no podemos quedarnos dormidos. El simple hecho de preparar el ambiente adecuado no supone ninguna seguridad de que, finalmente, dormiremos. De igual manera, la sādhanā consiste en extender nuestros límites al máximo, en llevar su punto. Sólo cuando hayamos hecho todo lo posible, la meditación podrá descender sobre nosotros.

No es tarea fácil para nosotros, seres educados e intelectuales, aceptar que nuestro estado actual de conciencia es un tipo de sonambulismo y que no vemos la vida y el mundo tal y como son, sino como nos parece a nosotros en nuestro sueño…Y así como la aceptación de nuestra ignorancia es el principio de la sabiduría, la primera manifestación de la meditación es el hecho de aceptarnos como criaturas semidormidas. Meditar no es abrir los ojos sino despertar; no es mirar sino ver…

Tratar de describir en qué consiste la meditación a quien no haya meditado se parece a intentar explicarle a un sordo qué son las notas musicales o a un ciego qué son los colores. Meditar no es complicado, no requiere esfuerzo, es mucho más sencillo de lo que generalmente se piensa. Sin embargo, el problema reside en que lo simple puede ser sumamente complicado al intentar verbalizarlo. Para la mente humana la meditación es indescriptible, porque es una experiencia que trasciende los límites de tiempo, espacio y causalidad. En nuestro estado cognitivo normal, finito y limitado, no podemos captar nada que se encuentre más allá de esas fronteras.

Porque si en la concentración la mente era enfocada sobre un objeto, en la meditación la mente es lo observado, es decir el observador se convierte en lo observado.

La atención es la luz del alma que nos torna conscientes de las acciones, los pensamientos y las emociones. Al meditar, el meditador ocupa el lugar de lo observado. De ese modo, ampliamos nuestra conciencia dirigiendo la atención hacia el perceptor y cobrando conciencia de nosotros mismos.

Meditar es abrir los ojos de nuestra alma y atrevernos a ver atenta e ininterrumpidamente.

Meditar es apartarse del contenido mental y del desorden sin luchar contra la mente, sin entrar en conflicto con esta. Se trata de observar lo que es, tal cual es, sin esforzarse, sin juzgar, sin condenar, sin siquiera reaccionar. Es permanecer atento y en completa quietud ante los conflictos y las contradicciones. Uno de los pasos más complicados en el sendero espiritual es el desarrollo de la observación interna, la atenta vigilancia de la mente sin criticar, ni juzgar, y la razón de la dificultad reside en su sencillez, el motivo de la complejidad yace en su simpleza, en el hecho de que no se requiere esfuerzo.

Meditación es observación sin intervención alguna de la mente; es atención y vigilancia sin que el ego se inmiscuya.

A medida que la observación se fortalece nos desidentificamos de la actividad mental, la cual se debilita gradualmente hasta detenerse por completo ya que los pensamientos se alimentan de nuestra identificación con ellos. La meditación comienza con la observación y culmina en una ausencia total de pensamientos.

Meditar es observar el movimiento de las olas en la superficie desde la quietud de las profundidades del océano interior. En este estado de vigilia y claridad, lo escondido y oculto que hay en nosotros queda al desnudo y se ve expuesto inocentemente.

Meditación es establecerse y relajarse conscientemente en el silencio. Meditar es observar los pensamientos sin pensar acerca de ellos. Es descubrir el misterio que se esconde detrás de las palabras, en las ocultas regiones, en la fuente y el origen del pensamiento, en aquella área pre-mental, virgen y deshabitada.

Es imprescindible hacer uso adecuado de lo objetivo en nuestra búsqueda de lo subjetivo, ya que lo primero es la puerta que conduce a lo segundo. Al permitir que la atención fluya ininterrumpidamente hacia un solo objeto, como un río fluye hacia el océano fundiéndose en él, queda expuesta nuestra subjetividad.

Todo lo que vemos en esta realidad relativa de nombres y formas no es sino una diversidad de olas, gotas y espuma… Para comprender en qué consiste el océano, no necesitamos introducir todo el mar dentro de un laboratorio, ni es preciso que analicemos cada una de sus olas. Si somos capaces de observar atentamente una sola gota, conoceremos el vasto océano… Al analizarnos nosotros mismos —la esencia de lo que somos—, nos será revelado el océano infinito de dicha eterna… la totalidad en la parte, el sistema solar en un átomo, el universo en una hoja, la vida en una brizna de hierba, la existencia en un grano de arena, a Dios en nosotros yaciendo como lo que somos. Meditación es autodescubrimiento, revelación de nuestra auténtica naturaleza, de lo real de nosotros.

Escuchamos, vemos, oímos, tocamos… pero tras cada una de esas actividades se encuentra el sentido del “hacer”… Ser consciente no es algo que hacemos, tal y como la palabra lo dice… Ser consciente sólo podemos… serlo…

Si queremos dar una oportunidad para que la meditación ocurra, será necesario que renunciemos al rol que estamos acostumbrados de ser actores y hacedores para adoptar la actitud del testigo o el observador. Porque meditar es el arte de vigilar, el arte de la atención, de la observación…

Y, cuando hablamos de conciencia en este expandido estado de percepción, siempre nos referimos a la conciencia de uno mismo, a la conciencia del Ser, a la conciencia de la Realidad. Mientras somos conscientes de algo —sin importar de qué o de quién estamos siendo conscientes—, siempre es, en esencia, del Ser infinito y omnipresente, de lo que realmente somos.

No medites para alcanzar tranquilidad o paz, ni para adquirir creatividad. No medites para desarrollar tu inteligencia o para alcanzar a Dios o la iluminación, porque éstos no son productos o resultados, sino la consecuencia natural de una vida meditativa. No medites “para” o con la intención de recibir algo o de alcanzar alguna meta o ideal, por muy elevado y puro que sea o parezca ser. Todo anhelo causa tensión y se transforma en un serio obstáculo para la meditación.

Cualquier expectativa de obtener algo como resultado o producto de la meditación nos orienta hacia el mañana, nos arrastra desde el momento presente hacia el mundo ilusorio.

La meditación no es un medio a través del cual obtendremos un fin, no es un movimiento desde aquí para alcanzar un allá, no es un caminar desde el ayer hacia el mañana, sino que se trata más bien de trascender tanto el ayer y el mañana, como el aquí y el allá. Meditar es saltar fuera de los conceptos de espacio y tiempo, descubrir aquí el infinito y ahora la eternidad…

Una vida meditativa es una vida que está de acuerdo con la condición natural de la conciencia, la cual es meditación, nuestro auténtico estado y nuestra situación original, tal como expresa el Chāndogyopaniṣad (7.6.1):

dhyānaṁ vāva cittād bhūyo
dhyāyatīva pṛthivī dhyāyatīvāntarikṣaṁ
dhyāyatīva dyaur
dhyāyantīvāpo dhyāyantīva parvatā
dhyāyantīva deva-manuṣyās
tasmād ya iha manuṣyāṇām
mahattām prāpnuvanti dhyānāpādāⓜśā
ivaiva te bhavantyatha
ye ‘lpāḥ kalahinaḥ piśunā
upavādinas te ‘tha ye prabhavo
dhyānāpādāⓜśā ivaiva te bhavanti
dhyānam upāssveti

«La meditación es más que pensamientos. La Tierra parece meditar. El Plano Medio parece meditar. El Plano Divino parece meditar. Las aguas parecen meditar. Las montañas parecen meditar. Los devas y los seres humanos parecen meditar. Por lo tanto, aquel que, entre los seres humanos, tiene grandeza, parece haber alcanzado los beneficios de la meditación. Mientras que la gente pequeña es peleadora, difamadora y ofensiva, los seres humanos que son grandes parecen haber alcanzado una parte de los beneficios de la meditación. Por lo tanto, medita».

Meditación es descubrirse a uno mismo, y hasta ahora todo lo que sabemos acerca de nosotros es lo que nos han enseñado otros. Sin embargo, para saber acerca de nosotros, no precisamos descripciones de extranjeros, sino mirar directamente nosotros mismos en nosotros mismos. Meditando nos damos cuenta de que, para elevarnos y alcanzar el paraíso, es imprescindible bajar a nuestras profundidades, porque descender a nuestro interior es excavar en el cielo… profundizar hacia lo alto… La meditación es el sagrado arte de sumergirnos en las profundidades de nuestro interior para emerger en Dios.

Por simples u ordinarias que nos parezcan, en realidad podemos transformar todas nuestras actividades cotidianas en meditación, cuando las realizamos con atenta observación, ya que la meditación consiste en desautomatizarnos, en dejar de actuar de manera mecánica. Meditar no es hacer algo, sino permanecer alertas y vigilantes ante cada acción y así convertirla en meditación.

Raja-yoga

Raja-yoga

El rāja-yoga es el sendero que estudia y analiza la mente. Los Yoga-sūtras de Patañjali comienzan definiendo el yoga de la siguiente manera:

yogaś citta-vṛtti-nirodhaḥ

“Yoga es la cesación de la actividad mental.” (Yoga-sūtras 1.2)

Esta vía yóguica nos enseña a trascender la mente, con todos sus conceptos e ideas preconcebidas acerca de nosotros mismos, y a descubrir nuestra auténtica identidad más allá de toda conclusión mental limitada. Es un sendero que nos conduce desde lo que creemos ser hasta lo que somos en verdad.

Diversas teorías tratan de explicar el origen del término. Según una de ellas, esta vía yóguica se denomina rāja-yoga porque se considera que la mente es un rey —rāja en sánscrito— que preside todas las funciones del cuerpo. Eso es algo que también señala el Haṭha-yoga-pradīpikā (4.29):

indriyāṇāṁ mano nātho
mano nāthas tu mārutaḥ
mārutasya layo nātaḥ
sa layo nādam āśritaḥ

“El director de todos los sentidos es la mente, el rey de la mente es la respiración, laya o la disolución es el rey de la respiración y laya es dependiente del sonido interior nāda.”

También se considera que el término indica que este sistema nos transforma de esclavos de la mente en reyes de nosotros mismos. Vivimos como sirvientes de nuestra mente satisfaciendo sus demandas de manera constante. El rāja-yoga nos conduce a la realización de que, en realidad, no somos súbditos de ella, sino sus reyes o maharajás.

Según otra interpretación, el rāja-yoga recibe ese nombre porque es el rey de los diferentes yogas y de toda sabiduría:

rāja-vidyā rāja-guhyaṁ
pavitram idam uttamam
pratyakṣāvagamaṁ dharmyaṁ
susukhaṁ kartum avyayam

“Éste es el rey de toda sabiduría y el soberano misterio. Es puro y excelente. Es posible de ser experimentado directamente, acorde con el dharma, imperecedero y fácil de ejecutar.” Bhagavad-gītā (9.2)

No deja de sorprender la importancia primordial que la literatura védica otorga a la mente, hasta tal punto que, en muchas de las obras que la componen, se habla más de la mente que de Dios.

El rāja-yogī va transformando gradualmente la mente en un verdadero laboratorio donde, a través de la observación e investigación de su movimiento psíquico, llega a convertirse en un alquimista del contenido mental. Adentrarnos en este aspecto del yoga significa profundizar y conocernos a nosotros mismos.

En la medida en que permitamos que esta sabiduría toque nuestras vidas, nos veremos implicados en un proceso integrador y holístico que incrementará la coherencia entre nuestros sentimientos, pensamientos y acciones. Eso implica no sólo conocimiento teórico, sino también profundos cambios de índole existencial. Así pues, no estamos hablando tanto de información como de transformación. En ese sentido, también se puede afirmar que, a diferencia del conocimiento, la sabiduría compromete nuestra manera de vivir.

Hay quienes denominan a esta sabiduría “psicología yóguica”, ya que se ocupa de la mente al igual que la psicología occidental, aunque la diferencia entre una y otra es radical. Mientras la psicología occidental trata de armonizar nuestra mente con la sociedad, y el entorno, conduciéndola al estado considerado “normal”, la intención del rāja-yoga es supranormal, porque aspira a ir más allá de la mente, trascendiéndola completamente. Por lo tanto, aunque en esencia se refieran a lo mismo, existe una diferencia básica de intenciones y expectativas entre ambas.

Ningún método o disciplina ha alcanzado semejante grado de precisión, en su análisis de la mente humana y de sus intrincadas actividades, como el rāja-yoga. Esta antiquísima sabiduría sostiene que lo que somos una realidad trascendental a la mente. El rāja-yogī observa, estudia, contempla, conoce y, finalmente, va más allá de la mente.

(Un extracto de los escritos de Prabhuji)

Bhakti-yoga

Bhakti-yoga

El bhakti-yoga es el yoga del amor. No obstante, el devoto aspira a un amor diferente del que nos presentan las novelas románticas: no se trata de un sentimentalismo que comienza con dulces promesas y termina en amargos desengaños; tampoco se refiere a esa emotividad que surge de los procesos fisiológicos y las necesidades hormonales. Para el bhakti-yogī, el amor no depende de una relación externa, sino que es un estado del alma; lejos de ser una interacción con el prójimo, es el perfume que emana de la propia presencia, aquí y ahora.

El bhakti es el amor más puro y elevado que surge de las profundidades de la consciencia, la paz y el silencio de la meditación. Cuando lo experimentamos, descubrimos que no se trata de una mera emoción o un sentimiento, sino que es lo real en nosotros. Dado que la realidad trascendental solo puede manifestarse en un corazón puro, el bhakti-yoga nos brinda un proceso de limpieza y purificación espiritual.

Aunque se afirma que el sendero de la devoción es accesible para todos, yo diría que se trata de una travesía exclusiva para quienes perciben el llamado del amor en lo profundo de sí mismos. El mensaje del bhakti-yoga es categórico: el amor es el medio y la meta. Sin devoción, la práctica espiritual parece árida, la oración se vuelve palabrería innecesaria y la religión se torna aburrida; se restringe a un mero cúmulo de leyes, mandamientos y ceremonias que están más relacionados con la política que con la espiritualidad. De hecho, si deseamos saber la verdadera naturaleza de la religión, debemos entregarnos a nuestro propio corazón.

(Extracto del libro de Prabhuji Bhakti yoga, el sendero del amor)