Hace muchísimos años, al Sur de los Himalayas, el gran Maharaja de esas tierras recibió la visita de un embajador del reino de Mathura del Norte, el cual le trajo como regalo una bellísima espada labrada a mano. Mientras el monarca se deleitaba con el hermoso trabajo hecho en el sable, accidentalmente se cortó la punta de su dedo pequeño. Al rey le dolía mucho y sufría por el corte. De pronto su más cercano ministro se acercó al trono real y le dijo: – «Su majestad, no se lamente tanto por la pérdida de la punta de su dedo, la vida es un plan divino y todo lo que ocurre está dispuesto por Dios. El Señor es amor, todo lo que nos ocurre es para nuestro propio bien.»
Al escuchar estas palabras de su propio ministro y secretario más cercano el emperador enfureció y muy enojado dijo: – «Para ti es sumamente fácil decir algo así porque no es tu propio dedo, si no retiras lo que has dicho te encarcelaré.»
A lo cual el ministro replicó: – «Su majestad, no me es posible retirar lo dicho porque sería ser desleal con mi propio corazón, lo que os he dicho es lo que mi corazón me ha mostrado, que ni siquiera una brizna de pasto se mueve sin la voluntad del Señor.»
Considerándolo una grave irreverencia y falta de respeto el rey ordenó a sus guardias que encarcelaran a su ministro. Días después llego el día en que el rey acostumbraba a cazar, habitualmente el rey era acompañado por su secretario personal y ministro, pero debido a que se encontraba en prisión bajo arresto esta vez el monarca salió solo con un punado de guardias. Habiéndose adentrado en las profundidades de jungla, el rey junto a sus guardias fueron capturados por una tribu de caníbales. Después de haber sido hechos prisioneros el rey y sus guardias fueron arrastrados hacia el lugar donde los caníbales hacían sus preparativos para sus rituales para llevar a cabo sus sacrificios humanos. Después de ser vanado y ungido con aceites considerados sagrados por los salvajes, fue conducido al altar de los sacrificios. Justo unos instantes antes de que el rey fuera inmolado el más alto sacerdote de los caníbales se dio cuenta que al rey le faltaba la punta de su dedo menique, ante lo cual el gran sacerdote dijo: -«¡Alto!, este hombre no se encuentra apto para ser sacrificado, le falta la punta de su dedo menique, no puede ser ofrecido.»
Luego, el rey fue conducido a un lugar en la selva donde le dejaron irse. Al llegar de vuelta a palacio, el monarca recordó las palabras de su ministro. Directamente se encamino a la cárcel para poner en libertad a su ministro. Abrazándolo le dijo: – «Tenías toda la razón, al parecer Dios decidió salvar mi vida.»
El rey continuó sumamente emocionado: -«Si mi dedo hubiera estado entero me habrían sacrificado y esos caníbales me habrían devorado –
Sólo hay algo que aun no logro comprender: – «¿Por qué Dios dispuso que te pusiera en prisión de manera tan injusta?, ¿acaso también esto procedía de Dios?».
-«Por supuesto» – contestó el ministro.
Si no me hubieras puesto en prisión, yo hubiera ido contigo en la cacería tal y como estamos acostumbrados, entonces nos hubieran capturado juntos. Y yo tengo todos mis dedos en perfecto estado, por lo tanto yo habría estado apto para ser ofrecido como ofrenda y para ser devorado por los caníbales…»
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